Friday 28 September 2007

Sueños perdidos


Siempre habían soñado con hacer un crucero, pero la necesidad apretaba y el trabajo, los niños y las letras del piso asfixiaban las ganas y las posibilidades. Como tantos otros sueños por cumplir, la escasa probabilidad de verlos hechos realidad les dotaba de un carácter romántico, novelesco, épico pero, sobre todo, irreal. Les gustaba sentarse con el atardecer plomizo de su ciudad norteña, frente a un lienzo barato, que sus hijos les regalaron por sus bodas de plata, en el que un transatlántico, algo desproporcionado y sin aparente movilidad, surcaba un mar en calma, primero azul turquesa y ahora, con el desgaste de los años, tirando a añil. Les gustaba contemplarlo durante horas y, cada uno a su manera, disfrutaban de un viaje tan ideal como irreal.
Una tarde, mientras el gigantesco barco atracaba en una isla insólita, él se perdió hasta internarse en un bosque poblado por bellas amazonas con un pecho descubierto que le ofrecieron licores de ambrosía y exquisitos manjares mientras su esposa se enfundó un vestido de noche empedrado y desfiló su belleza a ritmo de vals durante toda una noche por el magnífico salón del transatlántico.
Otra tarde, juntos, en su camarote de primera clase, hicieron el amor como si esa fuese a ser la última vez, mientras en la cubierta, el capitán, enfundado en un impermeable hasta los pies, intentaba hacerse oír entre el estruendo de una docena de truenos que habían atemorizado incluso a la experimentada tripulación y habían revuelto el estómago a buena parte del pasaje.
Qué dulces fueron aquellos otros atardeceres brillantes sentados en las tumbonas de proa, disfrutando de bebidas exóticas junto al baño turco, a veces escasos de ropa en aquellos mares cálidos y otras envueltos en suaves mantas de angorina disfrutando del frescor del aire húmedo con aroma oceánico. Ella veía como de lejos, casi desde fuera, la miseria de los pobres emigrantes que viajaban en tercera clase y con quienes jamás compartían mantel ni mantas de angorina. El nunca había trabajado en una mina, era un próspero banquero que había conseguido amasar una jugosa fortuna sin necesidad de encallecer, ni siquiera de manchar sus manos. No tenían hijos y nada les ataba a ningún sitio, eran nómadas millonarios, expertos en arte, conocedores de otras culturas, refinados groumets, experimentados bailarines...
Se desperazaban medio adormecidos y se acostaban satisfechos, henchidos de lujo y de felicidad, y se dormían abrazados, ilusionados esperando que llegase de nuevo la hora de los sueños perdidos, frente a aquel lienzo desgastado que les regalaron sus hijos por las bodas de plata, después de que él se hubiese jubilado con una mísera pensión adosada a un cáncer de pulmón tras veinte años buceando en las minas mientras ella trataba de sobrellevar dignamente la incontinencia urinaria que le dejaron ocho partos consecutivos sin más intervalo que el impuesto por la naturaleza.
Una tarde, mientras el barco atracaba en una isla insólita, él se perdió hasta internarse en un bosque poblado por bellas amazonas ...

Noticia: Un matrimonio de ancianos, residentes en Roma, confesó haber visto 77 veces el Titanic de James Cameron. En Australia, una mujer dijo que había visto la película más de 100 veces.

Wednesday 26 September 2007

Liberté, Egalité ...


Al volante de la furgoneta y todavía con el corazón desbocado creyó que ya era el momento de desenfundarse el pasamontañas.
Jean Pierre era un joven libertario, de enraizadas raíces republicanas. Su padre fue un destacado representante de las protestas estudiantiles del Mayo del 68, su abuelo participó activamente en la liberación del París ocupado por los nazis. El padre de éste ya había luchado contra las tropas alemanas en la Primera guerra mundial y el padre del padre del padre de éste degolló personalmente a algunos burgueses de la Francia ilustrada a finales del siglo XVIII.
"A los verdugos capitalistas: Exigimos de inmediato la puesta en libertad de los camaradas sometidos al vallasaje abyecto de la burguesía", escribió en grandes letras de molde en la fachada de la facultad. Lo hizo a la primera, sin premeditación, improvisadamente. Con catorce años leyó "El capital" de Karl Marx y manejaba con soltura el lenguaje revolucionario. Con su mágica presencia, su excelente labia, su formada cultura y unas dotes de liderazgo innatas no le fue difícil reclutar a media docena de jóvenes hambrientos de ideales y de causas perdidas.
Preferían que la prensa se refiriese a ellos como grupo guerrillero o separatista, aunque estaban acostumbrados al tratamiento, no exento de sarcasmo, de banda terrorista.
Aprovecharon una multitudinaria convención internacional en el centro de la ciudad para dar el que, a buen seguro, sería el golpe con mayor repercusión de sus tres años y pico de ejercicio.
Conocía el bosque como el salón de su casa, ni el más experimentado de los pastores de la zona habría sido capaz de descubrir el zulo. Condujo la furgoneta por terrenos escarpados con notable agilidad. En la parte trasera, Paul se esforzaba por mantener el orden y mitigar en la medida de lo posible los efectos de la dura amortiguación sobre el valioso cargamento.
Cuando abrió el portón trasero de la furgoneta, los catorce enanos no se movieron, ni articularon palabra. Dos de ellos venían de Gran Bretaña, contratados al servicio de Su Majestad. Cinco más prestaban sus cuerpos exentos de orgullo a los jardínes de los Campos Elíseos y el resto pertenecía, literalmente, a distintos miembros destacados de la burguesía local. Los muy desagradecidos no tenían conciencia de clase. Tenían vacío el cerebro y sus carnes y rostros de escayola o cerámica no eran capaces de mostrar la más mínima emoción. Los siete pequeños sicarios de Blancanieves tenían más orgullo que aquellos enanos de jardín conformistas y descastados que ahora, gracias al Frente de Liberación de Enanos de Jardín, ocuparían su lugar en el mundo de los gnomos, las hadas y los proletarios del bosque.


Noticia: "El Frente Francés de Liberación de Enanos de Jardín vuelve a la carga", titula un diario. Un grupo, creado en 1996 en Francia por estudiantes decididos a luchar contra el mal gusto hortera pequeño burgués, saltó a las páginas de los diarios al liberar distintas figurillas en una exposición de estatuas ornamentales en París. Desde 1996, el grupo ha robado de los jardines franceses miles de gnomos de barro. El movimiento se ha extendido a otros países.

Monday 24 September 2007

El tabaco perjudica seriamente la memoria


El tabaco mata, decía mi padre mientras se metía entre pecho y espalda el décimo bisontes sin filtro en las primeras horas de la mañana. Los cigarrillos habían hecho mella en sus bronquios desde los 20 y hacía mucho tiempo ya que el amarillo anaranjado de sus dedos no se quitaba ni con piedra pómez. El de sus dientes desapareció con ellos, cuando empezaron a aplicarle la quimioterapia.
Recuerdo nuestros viajes a Alicante, apretujados en el Seat mil cuatrocientos treinta con asientos imitando la piel de leopardo. Manolo Escobar al cante, que es lo suyo y mi padre, al fumeque, como debe ser. Cada cinco o diez minutos mi madre le encendía un pitillo. Ella no se tragaba el humo, decía, pero vaya que si lo tragaba, ella y mis hermanos y yo también. Las autoridades sanitarias advierten: proteja a los niños del humo del tabaco. Dóndeestarámicarro, dóndeestarámicarro, pasame otro cigarrillo, mujer. Poresoseoyeesecantar, queviiivaEspaña- otro cigarrillo.
El tabaco mata, decía mi padre y cuando me fumé el primer cigarrillo las tabaqueras también lo decían: “Perjudica seriamente la salud”. Era un rubio bajo en nicotina y alquitrán, pero enseguida le cogí el gusto al negro, después de nuevo al rubio con alquitrán y nicotina y ahora también a los puros y la pipa. A los 60 a mi padre le descubieron un cáncer de garganta, qué razón tenía.
Apenas puedo recordarle, siempre llevo en la cartera una foto suya porque no consigo retener su rostro. Pero cuando la nostalgia me supera bajo al garaje, enciendo un bisontes con las ventanillas del coche bajadas y pongo una vieja cinta de Manolo Escobar. Viene a mi memoria como si fuese hoy mismo. El tabaco mata, me dice mientras enciende otro cigarrillo. Estoy pensando en demandar a las tabaqueras o a mi padre, me advirtieron sobre la salud, el riesgo en embarazadas o niños, sabía de su poder adictivo, pero no tenía ni idea de que afectase a la memoria. Los muy cabrones no advierten de que sin tabaco se acaban los recuerdos. Por eso mi padre fumaba como un condenado.

Noticia: Andalucía incluye al Estado en su demanda contra las tabaqueras
La Junta considera que el Estado es responsable por ser el titular del monopolio del tabaco

Wednesday 19 September 2007

La alternativa


La tarde estaba completamente encapotada y bien entrada en agua mientras el tendido no prestaba demasiada atención. Pero Manuel, El toto, vio el cielo abierto y se movió firme, muy torero, hacia la parte central del ruedo. Había soñado montones de veces la faena que le abriría mil puertas grandes, pero apenas llegaba el momento en el que le dejasen entrar por las pequeñas.
Se pasó dos días enteros observando el ganado. Había tenido tan pocas oportunidades, que no conocía personalmente a los toros. Aunque los había visto reaccionar en cientos de ocasiones siempre fue con la muleta en manos de otro. Y claro, aquella carretilla de madera de andar chirriante y cuernos barnizados no tenía la nobleza, ni la embestida, ni la bravura de un encastado.
Venía de una larga dinastía de toreros, pero ninguno pasó de subalterno, quizás por eso tenía inflamadas las ganas de triunfar. Por eso y porque su familia, que si entendía de algo era de toros, le animó a no dejar los trastos y a malvivir como albañil, repartidor o pintor ocasional en espera de que un avispado empresario tuviese ojos para ver a un Manolete en potencia.

Entrenaba a diario, tres horas en la Casa de Campo y un par en la escuela de tauromaquia y esperaba la composición de los carteles como quien aguarda una sentencia de muerte. No aprendió de las promesas tantas veces incumplidas y confió un año tras otro en colarse en alguna de las numerosas ferias que se celebraban en su comunidad.

Pese a las ganas, cuando le llegó el momento tenía miedo, para qué negarlo. No iba dispuesto a dejarse matar, pero sí a morir. Sólo pensaba en gustar, en gustarse. Aunque apenas había comido, un puñado de gusanos escarbaban su estómago mientras un emergente ardor pedía paso entre la boca del esófago y la garganta.
Empezó templado, dominando, como mandan los cánones. Midió bien las distancias, con la mirada, bien colocado. Se deleitó con un par de verónicas, algunos redondos magníficamente ligados y un par de chicuelinas ajustadas. Se creció, toreó en las tablas, de rodillas, a izquierdas y derechas, sin atender al jolgorio exterior, al viento casi huracanado ni a la lluvia.
Sonó un aviso, luego otro, y otro más cuando un subalterno de azul y plata con la montera de plato hizo un meritorio quite justo en el momento en que el renault cinco, negro zahíno, astifino y bravucón embistió con furia y a punto estuvo de arrancarle la taleguilla tras un largo pase de pecho.
Desde aquella acelerada faena en la salida de Ventas de la M-30 nada volvió a ser lo mismo. Un escalofrío de satisfacción recorría su espina dorsal cada vez que sus compañeros del centro psiquiátrico le gritaban: "Torero".

Noticia: La policía detiene a un individuo que toreaba a los coches en Madrid.

Tuesday 18 September 2007

Domingo


El domingo es el Día del Señor, decía su madre. Pero su papá jamás iba a misa. Se pasaba la mañana durmiendo y la tarde dormitando mientras repasaba sin demasiado interés los titulares de la prensa. En el corto paseo entre casa y la Iglesia se daba cuenta de que, salvo para su padre, efectivamente no era un día normal. Abuelos, padres, madres, e hijos perfectamente engalanados llegaban en sus autos limpios y brillantes como ningún otro día de la semana.
A veces se entretenía en contar cuántos de los coches, casi todos enormes, tenían tracción a las cuatro ruedas, lo que delataban ostensibles rótulos atrás, delante, en los laterales o atrásdelanteyenloslaterales. Y parecía que el domingo era también el Día de los 4x4. Se preguntaba a qué respondía aquella concentración de vehículos todoterreno en las puertas de la Casa del Señor aunque suponía que sin duda harían mucho más sencillo el accidentado trayecto hacia la salvación.
Ya dentro de la iglesia parecía que el domingo era el Día del Párroco. Otros lucían sus mejores prendas y sus coches brillantes y estaba claro que Don Cosme vivía para lucir sus discursos. Preparaba su sermón durante días, probablemente frente a un espejo. Tenía madera de orador y aunque despachaba los oficios con suma rapidez se entretenía cuanto era preciso en exponer su argumento dominical, nunca falto de metáforas, velados rapapolvos a la parroquia y la inevitable y no siempre bien entendida moraleja final. Se gustaba y también a muchos de los parroquianos que acudían en tropel a conmulgar.
Cuando salían de misa, su madre le dejaba ir a echar un partidito al polideportivo del pueblo y entre carrera, tiro y patada suponía que también a Dios debía de gustarle el fútbol. No sólo eran las pachangas en el pueblo, el domingo era también el día del fútbol a lo grande. Para algunos, era el día del Betis; del Barcelona para otros, pero para casi todos el de la liga millonaria, las quinielas, el pagoporvisión, los transistores y los gritos en casa, por una vez, consentidos y hasta alentados por muchos de los habitantes de su pequeña localidad, incluyendo a Don Cosme, un enfervorizado hincha del Madrid.
Para su madre el Día del Señor era también el de los dulces. Pasteles, chocolatinas, tartas y todo tipo de bollería eran bien recibidos en casa los domingos. Un particular caprichito que su padre, entre cabezada y cabezada, compartía con gusto.
Se imaginaba a Dios, encorbatado y conduciendo a un metro del cielo su Kayata Supramegatón. O con la camiseta de Raúl, inflándose a pasteles mientras mira el partido de la jornada desde su palco de abonado o en un mítin, embelesando con sus palabras a cientos de ángeles ...
Una de esas tardes de domingo, mientras su madre visitaba la pastelería y su padre echaba un sueñecito adormecido por la programación de televisión previa al inevitable todofútbol, megustaelfutbol, comofútbol o cualquiera de sus variedades, descubrió entre los restos de la prensa esparcidos por la mesa un subrayado entre los anuncios por palabras.
"Tropical, ardiente. Recibo sin ropa, hago lo que quieras. Sólo domingos".

Monday 17 September 2007

Los verdugos del capitalismo


El pelotón de fusilamiento estaba aparentemente listo, pero a los diez soldados fieles al régimen les sudaban las manos. Estaban nerviosos, para qué negarlo, pero debían cumplir con su deber, como habían hecho sin pestañear en tantas otras ocasiones contra elementos subversivos que atentaron contra el interés del pueblo, a pesar de haber recibido las más duras críticas vertidas desde el occidentalismo viciado y reaccionario.
Los diez guerreros, curtidos en el difícil arte de la masacre, estaban destinados exclusivamente al pelotón de fusilamiento, una división de élite única en el mundo, cuyos integrantes debían superar durísimas pruebas psicológicas que garantizasen su falta de escrúpulos llegado el momento. Jamás contradecían una orden y nunca, hasta hoy, habían sentido remordimiento alguno ni habían dudado al apretar el gatillo.
No les faltaba trabajo, por suerte para ellos el régimen tenía una enorme capacidad productiva de fusilables, que se ejecutaban cada dos días de media en grupos de diez. Si alguna vez no se llegaba al número ideal de forma natural, el sistema se encargaba de que los números cuadrasen, los militares eran, además, brillantes estadistas. El balance siempre estable y libre de salvedades: Diez gritos secos en uno, diez tiros certeros en el centro de la frente, diez muertes instantáneas, una por cabeza.
Como en anteriores ocasiones salieron al patio con el firme propósito de cumplir con su deber y un único pensamiento en la mente: matar. Perfectamente alineados, en uniforme de gala, con la abotonadura dorada tan brillante como las botas y los fusiles cargados, nada les hacía pensar que aquella tarde sería distinta. Pero cuando el grupo de reos desfiló camino del muro de gruyere que ya apenas se sostenía, uno por uno fueron conscientes de que tras la ejecución nada volvería a ser lo mismo. La firme educación castrense les impidió hacer preguntas en voz alta, pero uno por uno fueron escudriñando angustiados los rostros de sus respectivos objetivos, uno por cabeza, sintiendo la nuez en cada trago de saliva. Una serie rápida de imágenes de la infancia pasó por sus recias cabezas, algo no funcionó esta vez en el perfecto engranaje de su cerebro mil veces psicoanalizado. Sentían los latidos en las sienes y un calambre les irradió desde la nuca hasta el filo de los dedos.
Hasta el comandante en jefe, que ejercía de director de orquesta en la ejecución, tuvo un momento de duda antes de dar la orden. Esta vez los diez tiros sonaron a destiempo y no fueron tan certeros. Mickey Mouse se retorcía en el suelo mientras aullaba de dolor con una herida de bala en la enorme oreja izquierda; Minnie a su lado hasta el final, buscaba infructuosamente uno de sus redondeados ojos; Pluto permanecía erguido, a pesar de que una de las balas se le alojó en lo más profundo del abdomen; Goofy perdió uno de sus característicos dientes al tiempo que el oso Pooh se dolía del hombro sin sospechar que una bala del calibre 33 le había perforado la clavícula aterciopelada. Peter Pan se burlaba del Capitán Garfio, quien a buen seguro perdería su mano buena tras el impacto, sin reparar en el reguero de sangre que manaba abundamente de su entrepierna. La Bella Durmiente y Blancanieves fallecieron al instante, como mandan los cánones, en espera de que un príncipe de algún color pastel les despertase del sueño profundo.


Noticia: El hijo del líder de Corea del Norte fue detenido con pasaporte falso cuando viajaba con dos mujeres y un niño rumbo a Japón. El hijo del líder comunista, que fue deportado, declaró que quería visitar la Disneylandia nipona.

Thursday 13 September 2007

Locos por el cine


- “Sé lo que estás pensando: si disparé las seis balas o sólo cinco. Teniendo en cuenta que este es un revolver Magnum 45 capaz de reventar a un elefante, ¿no crees que deberías sentirte afortunado?”, dijo mientras con el dedo índice apuntaba a su imagen de vaquero reflejada en el espejo.
Era algo más que un aficionado al cine, veía un mínimo de dos películas al día, trabajaba para poder costearse una extensísima videoteca. Se aprendía los diálogos de memoria.
En la cola del banco, esperaba impaciente su turno y cuando le llegaba mantenía la boca cerrada sin ver el momento en que el cajero le preguntase: ¿qué desea?
– ¿Me estás hablando a mí?, preguntaba entonces con la mirada
perdida y una rabia contenida , emulando a Robert de Niro en una de sus
escenas favoritas de Taxi Driver. Los empleados le conocían desde hacía años y le seguían la corriente convencidos de que aquel pobre viejo no hacía mal a nadie y convenía no andar tocándole los cojones. Todos sabían cómo continuaba la película.
Trabajaba de representante en una multinacional farmaceútica, pero él prefería pensar que era un científico atrapado en una conspiración mundial. Hablaba a los médicos con términos desconocidos por los especialistas, barajaba hipótesis de virus letales que amenazaban al planeta envueltos en los envases de guisantes congelados y les adelantaba algunos avances en el campo de la clonación que ellos ni sospechaban.
En el tiempo que le quedaba libre entre sus excursiones cinematográficas y la agitada vida laboral, asistía regularmente a los conciertos fuera de abono en el Palacio Real, pero esa tarde no pudo disfrutar del espectáculo íntegro. Los obedientes acomodadores no tuvieron más remedio que expulsarle después de que se levantase megáfono en mano para vocear a la Orquesta Filarmónica de Munich “Tócala de nuevo, Sam” en una pausa de la octava sinfonía de Mahler.
Una señora entrada en años y carnes se enamoró perdidamente mientras le veía resistirse con notable educación a ser desalojado por los acomodadores "Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien", decía mientras era literalmente arrastrado fuera del recinto. Quizás fuese la combinación de aquella gabardina cruzada y el sombrero gris de ala ancha, o la barba de tres días, o el joven espíritu que ponía de manifiesto una actitud socialmente tan impropia.
Le siguió discretamente hasta una parada de autobús y venciendo al escuadrón de mariposas que revoloteaba por su estómago, le besó primero en la mejilla y luego ardientemente en los labios. El ni siquiera se estremeció, "nunca olvido una cara, pero con usted voy a hacer una excepción", dijo sin apenas inmutarse. A ella le sonó a música celestial y lo tomó por un cumplido, así que volvió a besarle hasta hacerle enrojecer.
Caminaron juntos hasta la Plaza Mayor y entraron a matar el hambre en uno de los franquiciados más rentables de McDonnald’s, la cajera despachó con agilidad tres menus completos extragrandes (dos y medio para ella) y se disculpó por no poderle ofrecer un Martini, ni seco, ni húmedo, ni agitado ni movido, ellos trabajaban exclusivamente con Coca Cola. Cuando hubieron dado buena cuenta de las hamburguesas con patatas se subió encima de la mesa, sacó de las tripas de la gabardina el megáfono e informó a los demás comensales: “A Dios pongo por testigo de que nunca más volveré a pasar hambre”.
Cuando los tres enfermeros le introducían con dificultad en el portón trasero de la ambulancia, ella se acercó y le susurró al oído: “Siempre nos quedará París”. Entonces él enloqueció de amor.

Wednesday 12 September 2007

Hay carta


Dos fieros leones escupían litros de agua mientras tiraban infructuosamente de un carro que jamás circularía. La Diosa Cibeles tomaba las riendas con autoridad, ajena al paso de cientos de vehículos, congelados para siempre en un eterno atardecer en blanco y negro entre el Paseo de La Castellana y la calle Alcalá.
"Sé que me echas de menos y te quiero", decía la postal firmada por mi padre.
Estaba realmente sorprendido, hacía cuatro años que nuestra relación se rompió fruto de una de esas discusiones cuyos detalles acabas por no recordar apenas pero que son motivo suficiente para pronunciar con convicción el "se acabó". Estábamos más que acostumbrados al carácter del viejo, normalmente no había lugar a la discusión, nadie, nunca, en ninguna circunstancia, estaba por encima de su palabra. Hasta que un día esta aseveración se quebró.
Si bien es cierto que en numerosas ocasiones nos habíamos planteado la posibilidad de no volver a casa de mis padres o, cuando menos, de alargar algo más nuestra visita semanal, el simple recuerdo de mi madre nos hacía cambiar de opinión, relativizaba nuestras ganas y enfados para volver a construir semana tras semana una relación basada en el despropósito que nos tenía medio desquiciados no sólo a mi mujer y a mí, sino también a mis hermanos, tíos, cuñadas y sobrinos, con quienes compartíamos mesa, mantel y el ácido carácter del viejo sábado sí y sábado también.
Claro que, hasta que murió mi madre los sábados eran también motivo de alboroto, alegría y amor derrochados en dosis tan generosas como aquellos copiosos y jugosos manjares que preparaba los viernes para presentárnolos siempre quitándose importancia en aquellas tres mesas que nos recogían apretujadamente en el cada vez más estrecho salón.
Pero lo cierto es que, como decía la postal, yo le echaba de menos, le amaba de una forma casi animal, aunque con los años aprendí también a comprenderle, incluso a admirarle.
Con dos hijos y un trabajo cualificado y bien remunerado aprendí a intuir el cansancio y desazón de un padre de familia numerosa desde que contrajo matrimonio con mi madre y con sus cinco hermanos menores, desgraciadamente huérfanos naturales a tierna edad, incluso más tierna que la suya propia. Supe comprender las consecuencias sobre la razón y sobre el corazón de un oficio devorador y mal pagado, de trabajos eventuales de fin de semana, luchando por hacer falsas las afirmaciones de mi abuelo de que “no tendría cojones” para sacar a todos adelante.
Comprendí, cuestión de genes y de experiencias vividas, los motivos y consecuencias de una depresión crónica que se adosó como una sanguijuela a su alma antes de cumplir los cuarenta. Al mismo tiempo, la comprensión me enseñó a relativizar mis miedos infantiles a pesar de que no recuerdo que jamás saliese de labios de mi padre un "te quiero", ni para mí, ni para mi madre, ni para mis hermanos. Por eso la postal de aquella tarde me confundió. Desde que falleció mi madre, mis hermanos, unos antes que otros, también terminaron por alargar hasta el infinito sus visitas a aquel salón que empezaba a ensancharse sin que nunca se hubiese visto cumplido el sueño de mi madre de ampliarlo tomando el cuarto de estar.
Entregué el correo del día a mi mujer obviándole la misiva conciliadora y aquella misma tarde volví a visitar el barrio de mi infancia sin bonitos recuerdos.
En el portal, una nota del presidente de la comunidad que informaba de la muerte de mi padre y rogaba a los vecinos una oración por su alma.
Yo también te quiero, papá, te quiero infinito, aunque de nuevo seas tú el que dice la última palabra, murmuré.

Tuesday 11 September 2007

Adulter@


Nunca debió de hurgar en su e-mail, fue como contemplar su propio cadáver.