Tuesday 9 June 2009

¿Más té, más café?


En primera clase un par de ejecutivos con el éxito dibujado en el rostro apuraban las reservas de vino y marisco que transportaba el avión; un cuerpo de sinuosas curvas dormitaba en el asiento delantero adosado a una hembra treintañera. Tres azafatas, una por pasajero, se desvivían por hacer su viaje a bordo lo más placentero posible.
Una fina cortinilla separaba a los viajeros selectos de los de la clase turista. Aunque el espacio entre asientos apenas dejaba sitio para estirar las piernas, el Airbus-321 sólo estaba ocupado en una cuarta parte y la mayoría de los viajeros podían reclinarse cómodamente sobre dos o tres asientos. La pasajera del asiento 28 C tenía incontinencia urinaria, quién sabe si nasal, y visitaba cada 20 minutos el aseo situado en la parte central del aparato. El del 23 A estaba sufriendo uno de sus ataques de pánico, a pesar de la generosa dosis de Lexatin que se metió entre pecho y espalda. En la fila 14, una pareja trataba infructuosamente de acallar el llanto de un bebé que no iba para piloto. Dos filas más atrás, un anciano de gesto adusto pulsaba repetidas veces el botón de aviso de las azafatas encontrando en cada ocasión un motivo distinto para recordarles que la calidad del servicio dejaba mucho que desear y amenazarles con presentar una queja por escrito.
Amama y Manoah no estaban muy cómodos y aunque el resto del pasaje no habría dudado ni un momento en calificarles de salvajes, no se quejaban. Muy al contrario, daban gracias al cielo por poder hacer la primera excursión fuera de su pueblo hacia tierras más civilizadas. Aunque jamás se atemorizarían ante la presencia de un león enfurecido, un caimán sediento de sangre o una manada de elefantes, eso del avión y cruzar el océano les merecía bastante respeto y tenían el miedo y el frío metido en el cuerpo.
Una violenta sacudida en el lado izquierdo del avión desperezó a los viajeros más somnolientos.
- ¿Qué ha sido eso?, preguntó el inexperto segundo piloto estupefacto.- Parece como si hubiésemos chocado con un pájaro del tamaño de un caballo.
El anciano quejica no tuvo tiempo de abrocharse el cinturón de seguridad cuando se encendieron las luces de aviso; Su protestona cabeza chocó bruscamente con la ventanilla del avión. Haber pedido pasillo, cabrón, pensó una de las sufridas azafatas, décimas de segundos antes de caer de culo tras una segunda y aún más violenta sacudida.
Al joven del lexatín se le cortó durante unos largos segundos la respiración y sufrió taquicardia. La pareja protegió con sus cuerpos al bebé que, curiosamente, dejó de llorar ante lo que interpretó como una brutal muestra de cariño. A la pasajera del 28 C, cuestión de estadística, los temblores le cogieron en el servicio así que sobrellevó la situación dignamente castigando el tabique nasal con una dosis doble de polvo blanco. En primera, los dos ejecutivos, ciegos de vino y champán, apenas notaron el movimiento, las ventajas de viajar en business. La treintañera de curvas sinuosas se despertó sólo ligeramente.
Entretanto, Amama y Manoah vieron pasar un rápido documental de sus cortas vidas en blanco y negro en décimas de segundo.
- Les habla el comandante, disculpen las molestias, sólo han sido unas turbulencias. Pueden desabrocharse los cinturones, a continuación nuestro personal de vuelo les servirá una merienda.
El ambiente a bordo se hizo mucho más llevadero, la pareja con el niño dio las gracias a dios porque sólo hubiesen sido turbulencias, el anciano seguía medio adormecido como consecuencia del golpe, aunque a nadie le importó. El joven con crisis de ansiedad engañó los nervios comiendo ávidamente, mientras los dos ejecutivos rememoraron su época de tunos rondando a la somnolienta compañera de primera clase que, para tratar de frenarles, les dio una generosa propina. Las azafatas, servida la merienda y tras la preceptiva ronda adicional de ¿mástémáscafé?, se entretuvieron despellejando a la pasajera del 28 C, quien, ya ostensiblemente colocada, encabezó una sonora ovación para el piloto mientras el avión tocaba tierra.
Pocos minutos antes, nada más abrirse el tren de aterrizaje, los cuerpos congelados de Amama y Manoah cayeron a plomo sobre la pista del civilizado aeropuerto.