Wednesday 22 September 2010

Astenia

A duras penas encontraba fuerzas para levantarse. Se vio incapaz de abordar el abismo de tres metros que separaba la cama de la ducha así que decidió dejarse caer de nuevo en las olas de algodón. Le pesaban los párpados, no le resultó difícil volver a dormirse. No es que le importase demasiado, pero por la longitud de la barba calculó que debía de llevar cinco o seis días en cama. Retiró el polvo de la oxidada caja de latón que conservaba en el maletero del dormitorio. Buscó durante cinco minutos un rasgo reconocible en aquel niño en apagados tonos sepia que su padre sostenía en los brazos, buceó en los recuerdos de un reloj que dejó de latir a las 10 y 20 de un día remoto, anterior incluso a la muerte de su padre. Sacó la vieja brocha de resina y crema con las que su viejo le enseñó a afeitarse y se puso a la tarea como si fuese la primera vez. Sintió los poros abrirse ante la suave llamada del jabón Lea, cuyo aroma despertó recuerdos agridulces de la infancia. Se tomó su tiempo antes de la primera acometida de las cuchillas con el viento a favor. Cientos de hilillos muertos fueron formando una figura abstracta sobre el lienzo níveo del lavabo. Fue generoso al enjabonarse el rostro por segunda vez disfrutando del olor a domingo por la tarde y no encontró demasiada oposición el viaje a contrapelo de la afilada cuchilla. Taponó con pequeños trozos de papel higiénico tres motas de sangre minúsculas. Se miró al espejo y llegó a la conclusión de que, efectivamente, el Otoño había vuelto.