Thursday 7 April 2011

Hasta pronto, viejo

  “Carlos, tengo que marcharme porque no soporto mirarte por  el parecido enorme que tienes con tu padre”, me dijo un tipo del que yo no me acordaba pero que, según me contaron, se corrió unas buenas juergas contigo, Fito, Rafa, Yolanda, Miguel y Peque, de joven. “Siempre decía lo orgullosísimo que estaba de ti y lo mucho que te quería”, sentenció. Ahí sí me quedé perplejo y, medio en broma, le dije que si estaba seguro de no haber confundido el número del velatorio. Te habrías partido el culo al ver su cara de asombro antes de echarse a reír y abrazarme como si te estuviese estrechando a ti.
 Fernando y Juan Carlos ilustraron divinamente lo mucho que me querías al explicar el cariño con el que  tratabas a mis amigos en un gesto que sólo podía ser reflejo del amor que sentías por mí. No puedes ni imaginar la de gente próxima que vino a despedirte. Algunos de ellos habían estado en mi recuerdo la noche anterior, cuando trataba de rememorar buenos momentos, desgraciadamente casi todos ellos en blanco y negro, pero de los que inevitablemente eran partícipes. Desde Fito y Yolanda, a Claudio y Juli, pasando, cómo no, por algunos de tus hermanos, particularmente tío Braulio y aquellos festejos sin fin en el pueblecito de Segovia al que iremos a celebrar tu muerte con unas cervezas y un cordero como a ti te habría gustado. 
Por mediación de mi gran amigo Charlie, hasta Duncan, compañero ocasional de tu amado tenis, mandó sus condolencias y tu pareja actual de raqueta, Ángel, estuvo contigo en las demenciales cuatro putas horas que tardó en llegar un todopoderoso juez sin toga.
Habrías estado orgulloso de mamá, que aguantó el tirón con una entereza digna de ti y sólo mostraba un lógico desplome en la privacidad familiar. Queta, Tere, Pilar y Conchi te hablaban a través del sórdido espejo que separaba tu cuerpo sin vida de nuestros acelerados latidos mientras Miguel y Juan, perfectos anfitriones, supieron sobreponerse cuando fue necesario y atender al tropel de seres cercanos y queridos de unos y otros que pasaron a despedirse.
Juan Carlos, Cristina, Vanesa, Miguel Ángel y José Manuel sufrieron la pérdida como adultos, al igual que su cariño en los últimos años fue mucho más allá del amor infantil que te profesan tus nietos, que en estos días hacen muchas preguntas no sólo sobre tu estado actual, sino sobre el pasado, el futuro y cuestiones aparentemente triviales que en su mundo tienen una importancia bestial.
“Odio la palabra morir, me gustaría que no existiera”, sentencia Olivia mientras juega alegremente con una pelota gigante y sus hermanos ceden al llanto que ella ya soltó los dos días anteriores.
Angelita, nuestra segunda madre, acompañó a mamá en cada instante de los dos días más largos que jamás habíamos vivido. Cuando nos dieron la oportunidad de una última despedida la espeluznante frialdad de tu rostro y el estallido de dolor se compensaron largamente con el consuelo de sentir de nuevo la proximidad de tu cuerpo.
Por mi parte, tras sentirme arropado por un gigantesco manto de amigos de Buenos Aires a Nueva York, he aprovechado esta mañana mientras los niños debatían sobre ti en la asamblea del cole para cantarte en privado un par de canciones (el “Padre” de Aute y el “Cantares” de Serrat/Machado) que sé que te habrían gustado, por mucho que nunca me lo hubieses dicho directamente. Melouda, de otra cultura, no parecía entender mi duelo y flipaba al verme tocar la guitarra en estas circunstancias.
Los acordes de determinadas canciones, los partidos del Atleti, el olor a  lavanda que desprendía tu crema de afeitar, el tacto de tus raquetas y unas camisetas tres tallas por encima de la mía, Lendl y los míticos enfrentamientos con McEnroe que visionabas una y otra vez evocarán tu memoria, sin duda. Pero no tengo necesidad de atesorar recuerdos, con  mirarme al espejo es suficiente.
Hasta siempre, padre