Friday 9 July 2010

EGGGGGGGGGPAÑA (Victoria y pérdida)



Almuñecar (Granada) 3 de julio de 2010. Fiestas en la Colonia Taramay. España se juega los cuartos de final contra Paraguay en el Mundial de Sudáfrica.


Confieso, antes que nada que no respondo a los impulsos patrióticos y que tampoco pierdo la cabeza por el fútbol. Casi siete horas después del primer "¿falta mucho?" de Zoe llegamos a la circunvalación de Almuñecar sólo minutos antes de que empiece el partido. Apenas hay gente en la calle y los que vemos deslucen casi todos la camiseta de la selección española, banderas nacionales, pintura con los colores patrios en la cara o una combinación de todas ellas. Los 40 grados en un contexto de humedad extrema probablemente nos ahorran la visión de las bufandas bicolor a pesar de la inconcebible campaña publicitaria de una conocida cadena de comida rápida pretendiendo poner de moda tan invernal prenda en uno de los meses de julio más cálidos de la historia - digo yo que podrían haber promocionado unos bañadores turbo bendecidos por la baqueta de Nacho Vidal en lugar de bufandas de polyester tocadas por la de Manolo el del Bombo -.
Dejamos el equipaje en casa y aprovechamos la hipnosis colectiva para bajar con las perras a la playa sin tener que preocuparnos de si molestan. Un matrimonio de jubilados alemanes paseando en bici; Una docena de mujeres con niños demasiado pequeños para aguantar dos tandas de cuarenta y cinco minutos frente al televisor sin ver a Bob Esponja; varias cañas de pescar apostadas al borde de la playa, vigiladas todas ellas por una gruesa señora que debió de coger el palo más corto…
Pero de entre los humanos que escapan al hipnotismo me producen especial impresión los tres empleados del Ayuntamiento que velan estoicamente por las maltrechas finanzas locales recorriendo como zombis el desierto paseo marítimo y revisando una y otra vez los billetes de aparcamiento de los coches incapaces de reparar en que el tráfico de vehículos prácticamente se ha congelado por un par de horas.
Sólo los gritos de Espaaaña, Espaaaña, Aporelloooooos, Oeoeoeoeee y otras composiciones populares o comerciales nos permiten tomar contacto con la realidad y alejar de nosotros la idea de que un virus alienígena ha matado a la mayoría de la humanidad y que sólo los jubilados alemanes, las señoras gordas, los niños pequeños o los vigilantes de la ORA han desarrollado los anticuerpos para combatirlo.
Olivia, Diego, Zoe y María, que no pueden evitar sumarse de cuando en cuando a los gritos nacionalistas - aunque lo hacen sin convicción, como a quien se le pega una horrible canción que suena insistentemente en la radio y la tararea sin darse cuenta - aprovechan la situación para darse un exclusivo primer baño de la temporada a pesar de que la temperatura y temperamento del océano también parecen conjurados para invitar a los hipotéticos bañistas a contemplar el partido.
El primer grito unánime de emoción me pilla comprobando que el permiso de parking de la furgoneta aún no ha vencido a pesar de que una de las zombis encargada de las multas ronda el vehículo como un gato en un puerto en día de mercado. De repente, la vigía convulsiona violentamente y antes de que pueda buscar una estaca para rematarla, escucho balbucear algo parecido a tooooooma, tomaaaa, por lo que deduzco que simplemente está celebrando el gol que sugieren los gritos de júbilo desde las casas y bares. Por sus muestras de alegría, cualquiera diría que es incluso más aficionada al balompié que a poner multas de aparcamiento o devorar cerebros, pero lo curioso es que ni siquiera lleva una radio. Quizás es cosa de los no muertos, pero entre los vivos que yo frecuento es extraordinariamente raro que la interpretación de una alegría externa produzca tal placer.
Sólo un par de minutos después, cientos de gargantas parecen augurar el principio de una gran goleada. Busco inmediatamente a la zombi que esta vez sí, salta inequívocamente de alegría. La cosa empieza a pintar fea. Los pocos habitantes de la playa empiezan a desaparecer, con la excepción de la madame de las cañas de pescar que probablemente sea sorda. Quiero evitar a toda costa compartir con mis congéneres las manifestaciones de felicidad así que ordeno a los niños que se bajen ya del carrusel de olas y enfilamos hacia la que probablemente sea la última casa sin antena ni televisor de toda la provincia. Sin embargo, gracias a la radio de la furgoneta descubrimos con gran sorpresa que el partido todavía tiene un resultado de empate a cero. Tentado estoy de dar la vuelta para pedirle a la zombi que devuelva sus espasmos y joderle la tarde desvelando que los gritos que dispararon su resorte obedecían a un penalti parado por España y a otro señalado y posteriormente fallado por nuestra selección. Pero, antes de bajar del coche, el locutor canta un gol más largo que un tema de Pat Metheny. Antes de que se informe de la autoría del tanto ya han sonado media docena de petardos. Debe de ser que los patriotas sujetan en una mano la bandera y en la otra los cohetes - y beben la cerveza con pajita-, de lo contrario, no me explico tanta rapidez.
Después de una ducha rápida decidimos bajar a cenar a la playa, aún a riesgo de vernos obligados a compartir la histórica victoria de la selección. Les pido a los niños que se adapten y respondan a los gritos de España o expresen su deseo de que el Peñón sea devuelto al Reino por aquello de que no acaben siendo unos marginales como su padre. Al principio se avergüenzan de mis gritos al paso de los coches con el claxon fácil, pero terminan por encontrarle cierto gustillo y se camuflan perfectamente entre la masa uniforme. Una explosión bestial a punto está de hacerme tragar entera una gibia mientras pienso que el dueño de tamaño petardo debe ser el padre del mismísimo goleador Villa, aunque inmediatamente otro ensordecedor estallido que tiñe el cielo de un rojo resplandeciente nos recuerda que en la Colonia Taramay se celebran las fiestas anuales, de esas con caballitos, coches de choque, bocatas de chorizo y, sobre todo, música en directo. Qué oportuno, nada mejor que una fiesta masiva, mucho alcohol y chundachunda para celebrar todos a una la hazaña del país de los cuatro millones de parados y los mejores futbolistas del mundo. Nos acercamos a ver los impresionantes fuegos artificiales esquivando las camisetas de la selección española que se rozan y abrazan en un festival de hermandad y ebriedad que me lleva a darme cuenta de que el día ha sido demasiado largo y quizás es hora de recogerse. Pero cuando llegamos a la única casa sin antena y televisor de la provincia descubrimos que nuestra perra Leela ha desaparecido, dejando a su madre sola a cargo del cortijo. Se ve que la perrilla, todavía joven, quiso salir también a participar de las fiestas, les explico a mis niños tratando sin éxito de trivializar la pérdida. Calmados los llantos iniciales, organizamos la búsqueda en dos partidas: Me toca liderar el destacamento del atormentado Diego y la ultrasensible Olivia dirección noroeste, hacia la carretera de circunvalación. Marta parte con la impasible Zoe y con María, que no puede dejar de sentirse culpable por haberse negado a ir a cenar acompañada por las dos perras. Mani, que parece aliviar la tensión de la marcha de su hija lamiéndose frenéticamente el culo, se une al grupo de Marta hacia el sur, camino de la feria. -Viva España, ¿han visto ustedes a un perro suelto?, preguntamos sin éxito a unos cuantos despistados que regresan a casa haciendo eses pasadas ya las dos de la madrugada. Hasta que una pareja joven nos pregunta si hemos visto a un pastor alemán suelto. -No, lo siento ¿y ustedes, amables compatriotas, no habrán visto a una atractiva labradora color canela?. Tres cuartos de hora después regresamos al cuartel general con el resultado: cero en búsqueda, cuatro en llantos.
Hacia las tres y media de la noche conseguimos que los niños se duerman, sin duda acunados por el sofoco y el cansancio del viaje pero para un adulto el sueño resulta complejo cuando los ecos del Sarantongoquechubiriquechubiri llegan al valle con forma de cono de altavoz en el que descansa la única casa sin televisor ni antena de la provincia. Cuando los músicos en directo parecen haber terminado su repertorio, descubrimos asombrados que un vecino en la parte alta del cono del altavoz ha creado una alternativa chill out a 350 watios de potencia. Chicago en versión instrumental, los Eagles, Roxy Music. Al menos me consuela pensar que es la música y no la preocupación por la perra lo que me impide dormir. Pero la mala hostia finalmente me vence cuando descubro que el sarantongaquechubiriquechubiri no había acabado, simplemente se habían tomado un descanso.
Empieza entonces una batalla de una hora de duración entre el Avalon del vecino romanticón y la barbacooooooa de la Orquesta Maravillas con ese inconfundible sonido de batería de organillo que se te mete en las partes más íntimas del tímpano. No sé si me gustan más las vacaciones o España.

3 comments:

Unknown said...

¡Cuanto tiempo! me alegra leerte.
La zona aunque parezca tranquila me da la impresión que es mas para ir de marcha, ¿no estaréis en la zona de discotecas y pubs?

Toño said...

Leela se fue de marcha a celebrar la victoria, como buena española, y estuvo en el limbo 2 días como la mayoría de habitantes de este país, entre los que me incluyo

Anonymous said...

jajajaja me encanta, as always. besos desde el caribe. k.