Tuesday 21 January 2014

LA ALTERNATIVA

La tarde estaba completamente encapotada y bien entrada en agua y el tendido no prestaba demasiada atención. Pero Manuel, el toto, vio el cielo abierto y se movió firme, muy torero, hacia la parte central del ruedo. Había soñado montones de veces la faena que le abriría mil puertas grandes, pero apenas llegaba el momento en el que le dejasen entrar por las pequeñas.
    Se pasó dos días enteros observando el ganado. Había tenido tan pocas oportunidades, que no conocía personalmente a los toros. Aunque los había visto reaccionar en cientos de ocasiones siempre fue con la muleta en manos de otro. Y claro, aquella carretilla de madera de andar chirriante y cuernos barnizados no tenía la nobleza ni la embestida ni la bravura de un encastado.
    Venía de una larga dinastía de toreros, pero ninguno pasó de subalterno, quizás por eso tenía inflamadas las ganas de triunfar. Por eso y porque su familia, que si entendía de algo era de toros, le animó a no dejar los trastos y a malvivir como albañil, repartidor o pintor ocasional en espera de que un avispado empresario tuviese ojos para ver a un Manolete en potencia. Entrenaba a diario, tres horas en la Casa de Campo y un par en la escuela de tauromaquia y esperaba la composición de los carteles como quien aguarda una sentencia de muerte. No aprendió de las promesas tantas veces incumplidas y confió un año tras otro en colarse en alguna de las numerosas ferias que se celebraban en su comunidad.
    Pese a las ganas, cuando le llegó el momento tenía miedo, para qué negarlo. No iba dispuesto a dejarse matar, pero sí a morir. Sólo pensaba en gustar, en gustarse. Aunque apenas había comido, un puñado de gusanos escarbaban su estómago mientras un emergente ardor pedía paso entre la boca de esófago y la garganta.
    Empezó templado, dominando, como mandan los cánones. Midió bien las distancias, con la mirada, bien colocado. Se deleitó con un par de verónicas, algunos redondos magníficamente ligados y un par de chicuelinas bien medidas. Se creció, toreó en las tablas, de rodillas, a izquierdas y derechas, sin atender al jolgorio exterior, al viento casi huracanado ni a la lluvia.
    Sonó un aviso, luego otro, y otro más cuando un subalterno de azul y plata con la montera de plato hizo un meritorio quite justo en el momento en que el renault cinco, negro zahíno, astifino y bravucón embistió con furia y a punto estuvo de arrancarle la taleguilla tras un largo pase de pecho.
    Desde aquella acelerada faena esquivando automóviles en la salida de Ventas de la M-30 nada volvió a ser lo mismo. Un escalofrío de satisfacción recorría su espina dorsal cada vez que sus compañeros del centro psiquiátrico le gritaban: "Torero".

3 comments:

Unknown said...

Ole, ole y ole

Anonymous said...

Muy bueno, más que torero le deberían llamar "cochero".

Toño said...

Muy bueno, más que torero le deberían llamar "cochero".