Wednesday 17 October 2007

Bon apetit


La Moulinex de 2.100 watios aspiraba con ferocidad. Le acoplaron el accesorio previsto para limpiar en los rincones más difíciles y cumplió. Se alegró de haberse dejado convencer por el representante de la marca y haber gastado un poco más en un modelo industrial de altas prestaciones.
Hacía años que Don Félix hallaba en el aparato digestivo y no en el reproductor sus momentos más placenteros. Disfrutaba con el antes, el durante y el después como un auténtico gourmet. Sabía acompañarse de un buen caldo, remataba con los mejores licores y, ocasionalmente y pese a la prescripción médica, se regalaba algún Habano de singular dimensión.
Qué voy a pensar de Cuba yo que siempre la llevo entre mis labios?, le gustaba decir en cuanto tenía oportunidad citando una ingeniosa respuesta de Churchill preguntado sobre su opinión de la isla caribeña.
Se jactaba de conocer los mejores manjares de cada región, los más selectos vinos y los locales más adecuados para catarlos.
Para empezar tomaré una tapa de queso de La Serena y los huevos de codorniz. Después me va a traer las migas del pastor y la caldereta de cabrito, todo regado con un Campobarro Cencibel del 94, dijo al camarero del restaurante extremeño nada más apoyar sus cien kilos largos de peso en la silla.
A ninguno de los empleados del restaurante les sorprendía ya el tamaño del pedido. La cocinera ponía un especial empeño en la preparación de sus platos a sabiendas de los exquisitos gustos del cliente y los camareros le agasajaban con un trato privilegiado pese a, o quizás precisamente por, haber recibido en numerosas ocasiones humillantes reprimendas.
Terminados con placer los entrantes-disfrutó muy especialmente con los huevos de codorniz- y sin dar tregua al estómago, Don Félix encaró con decisión la generosa ración de migas. A medio camino entre la faringe y el esófago empezaron a asentarse los restos de pan a fuego lento, pimentón, ajo, chorizo y uvas. El color rosado de su rostro comenzó a ganar matices de rojo y rápidamente osciló por las distintas gamas de violeta.
Alertó al camarero con violentos gestos antes de desplomar sus cien kilos largos de peso sobre el piso mientras se echaba mano a la garganta sin poder articular palabra.
Clientes y empleados le rodearon mientras discutían sobre la conveniencia de darle líquidos o atiborrarle de miga de pan.
El dueño del local, de rápidos reflejos, recibió instrucciones por teléfono de su médico. Le abrazó desde atrás y haciendo un puño con las dos manos le propinó golpes secos justo debajo del esternón. Pero Don Félix seguía luchando contra la asfixia.
Pese a lo extraordinario de la propuesta, el dueño enchufó el aspirador, acopló el accesorio para rincones difíciles y lo introdujo a toda potencia en la garganta de Don Félix. En pocos segundos los cien kilos largos se convulsionaron y vomitaron buena parte del suculento manjar. Esta vez los chicos del restaurante se habían ganado una buena propina.
Noticia: Un japonés se atragantó mientras tomaba sukiyaki, un plato pastoso. Su nieta le salvó la vida con un aspirador siguiendo las instrucciones telefónicas de un médico experto en emergencias.

1 comment:

Anonymous said...

En cualquier caso, mucho mejor ahogarse con migas que con sukiyaki.
El vino no lo conozco, pero archivo recomendación junto con este bonito relato.

Un beso
Helena