Thursday 25 October 2007

Coma


A pesar de la insistencia de los médicos, el hombre estaba seguro que su esposa podía escucharle. Cada tarde al salir del trabajo la visitaba en la habitación 543 del hospital en el que fue ingresada cinco años antes tras sufrir un aparatoso accidente de tráfico.
Cuando él se recuperó de la leve lesión cervical compartió interminables noches en vela esperando un resquicio de vida, sin perder la esperanza. En pocos días reconocía palmo a palmo la habitación. Podía andar a oscuras sin tropezar desde el extremo de la ventana hasta el baño aunque a ella parecía no afectarle ni el ruido ni la luz. Ni los tímpanos ni las pupilas respondían a estímulo alguno.
Era una habitación individual, grande para lo que puede uno encontrar en un hospital público pero sórdida. Fuera cual fuese la enfermedad que le hubiese llevado a uno allí, el olor, el blanco grisáceo de las paredes y los suelos siempre limpios, pero siempre aparentemente sucios, invitaban a la amargura. Un sillón de piel vuelta marrón que había dejado ya al descubierto la goma espuma acompañaba la cama. En la mesilla de la habitación, hierro con contrachapado blanco, él había colocado, en uno de esos marcos de todo a cien, una foto de su niña jugando con un cubo y una pala en la arena de la playa murciana. Sonreía al objetivo, como solía hacer cada vez que se percataba de que había una cámara. El cabello al viento, largo como a su madre le gustaba, estaba algo más rubio de lo normal.
Pero ella jamás se volvió para mirarla, ni para comer, ni para nada. Desde hacía casi 2000 días no podía articular ni uno sólo de los músculos, su cuerpo descansaba inerte en la cama. La falta de respuesta muscular espontánea- dijeron los médicos- incluye la respiración. Así, con respiración asistida, conectada a un medidor de impulsos alemán de última generación que jamás había tenido oportunidad de mostrar sus cualidades y alimentada por vena, sobremurió en los últimos y largos años.
Pero él se empeñaba cada día en recitarle alguno de sus poemas favoritos, leerle novelas negras por capítulos o contarle cuentos que se inventaba sobre la marcha, como solían hacer cuando su cerebro estaba vivo.
Procuraba emplear el tono adecuado para generar un clima de tensión que le obligase a estar alerta, elegía los poemas más tristes buscando conmoverla, pero no respondía.
Laura y Noemi, las enfermeras que habitualmente atendían a su mujer, le trataban con auténtico cariño. Hacía tiempo que él prefería no hablar con los médicos y ellas se compadecían de él y su desgracia. A diario le ofrecían una de las bandejas de merienda o cena que puntualmente
servían a los otros enfermos de la planta, aunque él casi nunca tenía apetito.
Una tarde le pareció ver que su mujer movía uno de los párpados mientras un impresionante alboroto se escuchaba en la habitación del cuarto contiguo donde habían ingresado a una mujer con una lista familiar interminable. Prefirió no decir nada a los médicos, todas las veces que le pareció notar algún cambio en los primeros meses le aseguraron que era normal que a él se lo pareciese, pero que debía hacerse a la idea de que su mujer jamás se recuperaría. Terminaron por alargar las visitas y finalmente no hacer ningún caso a sus llamadas.
Al día siguiente se llevó la grabadora y puso a todo volumen una cinta con ruido de tráfico y bocinas. En la otra cara grabó los gritos vespertinos de los niños en la piscina de la urbanización. Pero el cuerpo no se inmutó.
Por la mañana media docena de niños con un perro despistaron al guardia de seguridad del edificio y subieron hasta la planta quinta, habitación 541. Cuando la enfermera de turno se acercó a la habitación para advertir que no armaran tanto jaleo, el perro, un yorkshire minúsculo, salió a toda velocidad hacia el pasillo.
Mientras los funcionarios, incluído el guardia de seguridad, trataban de encontrar al animal, el Yorkshire estaba tumbado en la habitación de la mujer sin dejar de observar los cables conectados a distintas terminales. Le pareció que le llamaba. Subió a la cama y se recostó a sus pies.
Cuando a media tarde volvió el marido dispuesto a conectar de nuevo el magnetofón, esta vez con el sonido del metro y el ambiente de la oficina, el perro se asustó. Trató de atraparlo justo en el momento en el que el Yorkshire se precipitó sobre el dedo gordo de la mujer y lo mordió con fuerza. La mujer abrió los ojos por un instante, se volvió de inmediato a mirar la foto de su hijita y preguntó: ¿Cómo está?.
Murió, mi amor, igual que tú, contestó su esposo.

Noticia: En Los Angeles, un perro mordió que el pie de una mujer, que despertó de un estado de coma de varios años para morir poco después.

2 comments:

Anonymous said...

Otra vez me has hecho llorar. Será la regla.

Vivianne said...

Muy bueno, buen manejo de la prosa, limpio, natural y esencial, me gustó, brisas sureñas desde el sur de Chile,y mis felicitaciones, seguiré por tu blog.
Mis cuentos, fotos, recuerdos...