Tuesday 1 February 2011

45 r.p.m.



Había decidido tomarme el día libre – un eufemismo en un día lectivo en el cole y el instituto y teniendo que conectarte en remoto con el curro – por aquello de templar un poco los nervios, quizás incluso tratar de dormir un poco. Acompañar a los niños a clase, comprar logística de limpieza y cocinar me robaron la mayor parte de la mañana. En el ratito que me quedaba antes de recoger a los niños del cole intenté echar un sueñecito, pero me comían los nervios, poniendo a prueba mi pésima memoria una y otra vez con la tercera estrofa del Beat it. El diluvio universal tampoco ayudó mucho al ánimo, así que en cuanto pude me marché a Carabox, donde había quedado con Manolo para recoger los trastos que nos hacían falta. Teníamos una cita a las seis para montar los equipos y hacer la prueba de sonido, algo que también en parte resultó ser un eufemismo. No en el sentido del montaje, que nos tocó íntegro (incluyendo el acople de una batería completa) pero sí en el del horario, cuyo concepto está sujeto a tanta laxitud como personas implicadas. Rafa, Fernando y David llegaron a tiempo – llevamos relojes de pelo de idéntica marca – y con un estado de nervios diverso. La misma ilusión, distintas inquietudes (que si la segunda vuelta del Back in the USSR, que si los cortes del My Sharona, que si el acelerón en Should I Stay or Should I go…). Pese a tocar en segundo lugar, el primer grupo llegó cuando estábamos ya probando sonido, aunque tuvimos (salvo el maravilloso técnico Gus) que hacer pocos ajustes para tratar de hacer posibles las dos actuaciones sin invertir demasiado tiempo.
Pese a que cuando cerramos el trato del bolo las instrucciones fueron inusualmente precisas, desgraciadamente tampoco se cumplieron. Muchos de los amigos convocados a un barrio con un enjambre de coches y unas calles que hacen amplios los recovecos de Malasaña, llegaron puntuales (según quién defina la puntualidad) y encontraron cerradas a cal y canto las puertas del local. Pasadas ampliamente las diez de la noche (hora pactada para el inicio del primer grupo) las risas y la emoción empezaron a dejar paso a la preocupación entre los miembros del grupo. Una vez más el concepto del tiempo era realmente diferente entre nosotros y los dueños del local y miembros de la primera banda.
Manolo, Rafa, Fernando y yo (David es mancebo y más tranquilo) nos inquietamos cuando empezaron a tocar pasadas las once de la noche (el local tiene prohibido actuaciones más allá de las 12.30, nos dijeron, para asegurarnos que ellos estarían en el escenario una hora). Teniendo en cuenta el cambio de equipo, ajustamos el repertorio para una hora, pero tras una poderosa sesión de Blues, llegamos a la medianoche sin habernos subido al escenario. A estas alturas el nivel de tensión variaba en un amplio espectro de tonalidades, desde el negro zaino de Manolo al blanco neutro de David. Las miradas de soslayo se centraron en el color oscuro, cuyo encabrone llegó a tal punto que se negó en un principio a subir al escenario. Tuvo que ser su amigo Rafa – a quien estima y escucha sin reservas - quien le convenciese de tomar las baquetas y hacer honor a los muchos amigos que habían venido con el generoso objetivo de vernos tocar. Fernando, David y yo, ansiosos como estamos todavía por tocar en directo (falta de experiencia, supongo) estábamos como locos por empezar, así que seguimos la veloz batuta de Manolo en un repertorio de 14 canciones que apenas duró cuarenta y cinco minutos. Pese a los nervios – que provocaron fallos, descoordinaciones y vertiginosas versiones - volvimos oir gemir a la Godin burdeos de Rafa, a ratos llorar y gritar. Fer se entregó cantando como nunca y llenó el local con el bajo de las cuerdas sucias. David pellizcó con precisión las de su falsa Fender y punteó ferozmente sobre su Sponge Bob tuneada mientras Manolo, quién sabe si por desahogar su furia, dio una clase magistral de percusión a un público entregadísimo al que, desde aquí, quiero dar de nuevo las gracias.
Para rematar la faena, la polémica ley antitabaco nos regaló un fin de fiesta pasado por agua cuando unos vecinos del bloque en cuyo primer piso descansa el local regaron nuestras conversaciones exteriores con un par de generosos cubos de agua.
 Es cierto que las circunstancias putearon a Manolo, que Rafa estuvo mucho más serio de lo normal.  Quizás tenía razón quien me dijo que teníamos menos complicidad que en otras ocasiones. Llegué incluso a pensar que a esta etapa ya le queda poco. Pero para mí fue como uno de esos singles a 45 revoluciones que resultan fáciles de oir, enganchan rápidamente y tienen surcos más estrechos que impiden la entrada del polvo que tanto daño hace a los LPs.

3 comments:

Mauthon said...

Yo creo que la gente que fue a vernos disfrutó de un rato de buenas canciones ejecutadas con, llamémoslo "personalidad" ;)

Y al final al cabo tocamos para ellos, así que en términos generales debemos estar satisfechos de salir airosos de una situación más complicada de lo debido.

Un abrazo

Carlos Ruano said...

joder Mauthon, que serio te pones

Unknown said...

Lo malo no fueron las revoluciones, sino el cabreo, pero aun así fue genial y muy, muy divertido.
Gracias