Monday 7 February 2011

Reforma de pensiones


Tenía que subir el volumen del televisor considerablemente y usar sus gafas bifocales para poder atender con cierto entendimiento las noticias. Pasaba horas visonando shows televisivos intrascendentes, pero esos no requerían toda su atención, incluso podía mirarlos sin tomar su ingente dosis de medicación diaria en tres fases. Pero en las últimas semanas estaba preocupado por el debate sobre la reforma de las pensiones y buscaba entre el océano digital  televisivo debates, noticiarios o cualquier programa que tratase el tema. Él estaba jubilado hacía ya 20 años, pero no acababa de entender que la propuesta de reforma no tendría efecto sobre sus mínimos ingresos. Recibía una vez en semana la visita de un asistente social que trataba en balde de explicarle el espinoso tema, pero acababa rendido no ya por la sordera, ni el alzheimer, ni el cáncer de pulmón, sino  por el grado de descreimiento al que le llevó una reconversión industrial salvaje y una izquierda que le hizo añorar tiempos en blanco y negro.
Pese a la recomendación de los médicos, decidió salir a dar un paseo tras abandonar el centro de día. Observó con ironía a los niños que jugaban en un parque repleto de máquinas de hacer ejercicio en principio pensadas para las personas mayores. Revisó el cubo de la basura junto al supermercado del que rescató unas piezas de fruta a las que todavía se les podía sacar unos mordiscos y enfiló calle abajo hacia el sótano en el que vivían arrendados una estufa de butano, una vieja tele de las de cuerpo grande con el receptor externo de TDT que hubo de configurar el asistente social, un catre y una minúscula cocina de un solo fuego.
Prendió el televisor mientras seleccionaba la parte comestible de las frutas y las aliñaba con aceite de girasol y un buen puñado de sal. Le pareció entender que los sindicatos habían firmado un acuerdo con el gobierno para modificar el sistema público de pensiones y cortó el cable del televisor. Buscó entre los restos de una antigua caja de latón en la única estantería de la estancia una foto con dos de sus amigos del alma en su añorada villa asturiana de Cangas del Narcea esperando ansioso a la visita del asistente el jueves para dar salida al puto televisor y colocar en su lugar una estampa que esperaba contemplar, de nuevo cigarrillo en mano, hasta que le llegara la muerte tan ansiada por un Estado deseoso de liberar coste de pensiones.

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