Wednesday 12 September 2007

Hay carta


Dos fieros leones escupían litros de agua mientras tiraban infructuosamente de un carro que jamás circularía. La Diosa Cibeles tomaba las riendas con autoridad, ajena al paso de cientos de vehículos, congelados para siempre en un eterno atardecer en blanco y negro entre el Paseo de La Castellana y la calle Alcalá.
"Sé que me echas de menos y te quiero", decía la postal firmada por mi padre.
Estaba realmente sorprendido, hacía cuatro años que nuestra relación se rompió fruto de una de esas discusiones cuyos detalles acabas por no recordar apenas pero que son motivo suficiente para pronunciar con convicción el "se acabó". Estábamos más que acostumbrados al carácter del viejo, normalmente no había lugar a la discusión, nadie, nunca, en ninguna circunstancia, estaba por encima de su palabra. Hasta que un día esta aseveración se quebró.
Si bien es cierto que en numerosas ocasiones nos habíamos planteado la posibilidad de no volver a casa de mis padres o, cuando menos, de alargar algo más nuestra visita semanal, el simple recuerdo de mi madre nos hacía cambiar de opinión, relativizaba nuestras ganas y enfados para volver a construir semana tras semana una relación basada en el despropósito que nos tenía medio desquiciados no sólo a mi mujer y a mí, sino también a mis hermanos, tíos, cuñadas y sobrinos, con quienes compartíamos mesa, mantel y el ácido carácter del viejo sábado sí y sábado también.
Claro que, hasta que murió mi madre los sábados eran también motivo de alboroto, alegría y amor derrochados en dosis tan generosas como aquellos copiosos y jugosos manjares que preparaba los viernes para presentárnolos siempre quitándose importancia en aquellas tres mesas que nos recogían apretujadamente en el cada vez más estrecho salón.
Pero lo cierto es que, como decía la postal, yo le echaba de menos, le amaba de una forma casi animal, aunque con los años aprendí también a comprenderle, incluso a admirarle.
Con dos hijos y un trabajo cualificado y bien remunerado aprendí a intuir el cansancio y desazón de un padre de familia numerosa desde que contrajo matrimonio con mi madre y con sus cinco hermanos menores, desgraciadamente huérfanos naturales a tierna edad, incluso más tierna que la suya propia. Supe comprender las consecuencias sobre la razón y sobre el corazón de un oficio devorador y mal pagado, de trabajos eventuales de fin de semana, luchando por hacer falsas las afirmaciones de mi abuelo de que “no tendría cojones” para sacar a todos adelante.
Comprendí, cuestión de genes y de experiencias vividas, los motivos y consecuencias de una depresión crónica que se adosó como una sanguijuela a su alma antes de cumplir los cuarenta. Al mismo tiempo, la comprensión me enseñó a relativizar mis miedos infantiles a pesar de que no recuerdo que jamás saliese de labios de mi padre un "te quiero", ni para mí, ni para mi madre, ni para mis hermanos. Por eso la postal de aquella tarde me confundió. Desde que falleció mi madre, mis hermanos, unos antes que otros, también terminaron por alargar hasta el infinito sus visitas a aquel salón que empezaba a ensancharse sin que nunca se hubiese visto cumplido el sueño de mi madre de ampliarlo tomando el cuarto de estar.
Entregué el correo del día a mi mujer obviándole la misiva conciliadora y aquella misma tarde volví a visitar el barrio de mi infancia sin bonitos recuerdos.
En el portal, una nota del presidente de la comunidad que informaba de la muerte de mi padre y rogaba a los vecinos una oración por su alma.
Yo también te quiero, papá, te quiero infinito, aunque de nuevo seas tú el que dice la última palabra, murmuré.

7 comments:

Anonymous said...

Se podría leer mil veces y no cansarse nunca, cada vez que lo leo es como si estuviera en tu cuerpo, viendo por tus ojos.

Anonymous said...

Cuando alguien desnuda su alma puede hacer llorar y reir a los que miran.
Cuanto coraje y amor hace falta para ello.
Ojala este blog siempre nos humedezca los ojos y agite nuestros corazones.

Anonymous said...

Precioso que del dolor seas capaz de hacer algo bonito.
Te quiero

Anonymous said...

Llevaba tiempo sin emocionarme leyendo algo... muchas gracias.

Anonymous said...

Entrar a esta casa tuya me ha hecho sentirme un poco intrusa; tus relatos despiden sentimiento, ya sea porque te amaga el recuerdo o porque una noticia se te cuelga de la mirada y no para hasta salírsete por la yema de los dedos.

Tienes historias que contar e intuyo que capacidad para hacerlo, incluso mejor. Por eso,con respeto y gratitud por permitirme sentarme en tú sofá, mientras te leo, te animaría -si es que lo necesitas- a continuar, pero ya más decido a dejarlas en la esencia; menos como si volcaras el alma y más sintiéndote lector de ellas.

Por si no la conoces, te sugiero veas la web de la Escuela de Escritores, que tiene un concurso semanal de microrelatos con la cadena SER(pero micros, micros, Carlos) con sus bases y un suculento premio al final de temporada de 6.000 euros, además de otras noticias que pueden interesarte, si como veo te gusta plasmar en blanco sobre negro las cosas de la vida. Tuya, de los demás, reales o inventadas.

Un cordial saludo de,

Macarena Portales

Anonymous said...

Quiero decir, Carlos, negro sobre blanco.

Macarena

Fernando Mañueco said...

joder, tío, qué forma de convertir en un texto enrañable y lleno de sensibilidad una situación dramática y perturbadora. poco a poco me voy enterando qué ha sido de tu vida y de la de tu familia. hay que recuperar el tiempo perdido.
nunca es tarde para casi nada no?
fer