Monday 17 September 2007

Los verdugos del capitalismo


El pelotón de fusilamiento estaba aparentemente listo, pero a los diez soldados fieles al régimen les sudaban las manos. Estaban nerviosos, para qué negarlo, pero debían cumplir con su deber, como habían hecho sin pestañear en tantas otras ocasiones contra elementos subversivos que atentaron contra el interés del pueblo, a pesar de haber recibido las más duras críticas vertidas desde el occidentalismo viciado y reaccionario.
Los diez guerreros, curtidos en el difícil arte de la masacre, estaban destinados exclusivamente al pelotón de fusilamiento, una división de élite única en el mundo, cuyos integrantes debían superar durísimas pruebas psicológicas que garantizasen su falta de escrúpulos llegado el momento. Jamás contradecían una orden y nunca, hasta hoy, habían sentido remordimiento alguno ni habían dudado al apretar el gatillo.
No les faltaba trabajo, por suerte para ellos el régimen tenía una enorme capacidad productiva de fusilables, que se ejecutaban cada dos días de media en grupos de diez. Si alguna vez no se llegaba al número ideal de forma natural, el sistema se encargaba de que los números cuadrasen, los militares eran, además, brillantes estadistas. El balance siempre estable y libre de salvedades: Diez gritos secos en uno, diez tiros certeros en el centro de la frente, diez muertes instantáneas, una por cabeza.
Como en anteriores ocasiones salieron al patio con el firme propósito de cumplir con su deber y un único pensamiento en la mente: matar. Perfectamente alineados, en uniforme de gala, con la abotonadura dorada tan brillante como las botas y los fusiles cargados, nada les hacía pensar que aquella tarde sería distinta. Pero cuando el grupo de reos desfiló camino del muro de gruyere que ya apenas se sostenía, uno por uno fueron conscientes de que tras la ejecución nada volvería a ser lo mismo. La firme educación castrense les impidió hacer preguntas en voz alta, pero uno por uno fueron escudriñando angustiados los rostros de sus respectivos objetivos, uno por cabeza, sintiendo la nuez en cada trago de saliva. Una serie rápida de imágenes de la infancia pasó por sus recias cabezas, algo no funcionó esta vez en el perfecto engranaje de su cerebro mil veces psicoanalizado. Sentían los latidos en las sienes y un calambre les irradió desde la nuca hasta el filo de los dedos.
Hasta el comandante en jefe, que ejercía de director de orquesta en la ejecución, tuvo un momento de duda antes de dar la orden. Esta vez los diez tiros sonaron a destiempo y no fueron tan certeros. Mickey Mouse se retorcía en el suelo mientras aullaba de dolor con una herida de bala en la enorme oreja izquierda; Minnie a su lado hasta el final, buscaba infructuosamente uno de sus redondeados ojos; Pluto permanecía erguido, a pesar de que una de las balas se le alojó en lo más profundo del abdomen; Goofy perdió uno de sus característicos dientes al tiempo que el oso Pooh se dolía del hombro sin sospechar que una bala del calibre 33 le había perforado la clavícula aterciopelada. Peter Pan se burlaba del Capitán Garfio, quien a buen seguro perdería su mano buena tras el impacto, sin reparar en el reguero de sangre que manaba abundamente de su entrepierna. La Bella Durmiente y Blancanieves fallecieron al instante, como mandan los cánones, en espera de que un príncipe de algún color pastel les despertase del sueño profundo.


Noticia: El hijo del líder de Corea del Norte fue detenido con pasaporte falso cuando viajaba con dos mujeres y un niño rumbo a Japón. El hijo del líder comunista, que fue deportado, declaró que quería visitar la Disneylandia nipona.

1 comment:

Bea said...

Quiero estas historias en un libro ya! gracias por hacernos disfrutar cada día a los que te tenemos cerca de millones de minirelatos...menudos afortunados!