Friday 28 September 2007

Sueños perdidos


Siempre habían soñado con hacer un crucero, pero la necesidad apretaba y el trabajo, los niños y las letras del piso asfixiaban las ganas y las posibilidades. Como tantos otros sueños por cumplir, la escasa probabilidad de verlos hechos realidad les dotaba de un carácter romántico, novelesco, épico pero, sobre todo, irreal. Les gustaba sentarse con el atardecer plomizo de su ciudad norteña, frente a un lienzo barato, que sus hijos les regalaron por sus bodas de plata, en el que un transatlántico, algo desproporcionado y sin aparente movilidad, surcaba un mar en calma, primero azul turquesa y ahora, con el desgaste de los años, tirando a añil. Les gustaba contemplarlo durante horas y, cada uno a su manera, disfrutaban de un viaje tan ideal como irreal.
Una tarde, mientras el gigantesco barco atracaba en una isla insólita, él se perdió hasta internarse en un bosque poblado por bellas amazonas con un pecho descubierto que le ofrecieron licores de ambrosía y exquisitos manjares mientras su esposa se enfundó un vestido de noche empedrado y desfiló su belleza a ritmo de vals durante toda una noche por el magnífico salón del transatlántico.
Otra tarde, juntos, en su camarote de primera clase, hicieron el amor como si esa fuese a ser la última vez, mientras en la cubierta, el capitán, enfundado en un impermeable hasta los pies, intentaba hacerse oír entre el estruendo de una docena de truenos que habían atemorizado incluso a la experimentada tripulación y habían revuelto el estómago a buena parte del pasaje.
Qué dulces fueron aquellos otros atardeceres brillantes sentados en las tumbonas de proa, disfrutando de bebidas exóticas junto al baño turco, a veces escasos de ropa en aquellos mares cálidos y otras envueltos en suaves mantas de angorina disfrutando del frescor del aire húmedo con aroma oceánico. Ella veía como de lejos, casi desde fuera, la miseria de los pobres emigrantes que viajaban en tercera clase y con quienes jamás compartían mantel ni mantas de angorina. El nunca había trabajado en una mina, era un próspero banquero que había conseguido amasar una jugosa fortuna sin necesidad de encallecer, ni siquiera de manchar sus manos. No tenían hijos y nada les ataba a ningún sitio, eran nómadas millonarios, expertos en arte, conocedores de otras culturas, refinados groumets, experimentados bailarines...
Se desperazaban medio adormecidos y se acostaban satisfechos, henchidos de lujo y de felicidad, y se dormían abrazados, ilusionados esperando que llegase de nuevo la hora de los sueños perdidos, frente a aquel lienzo desgastado que les regalaron sus hijos por las bodas de plata, después de que él se hubiese jubilado con una mísera pensión adosada a un cáncer de pulmón tras veinte años buceando en las minas mientras ella trataba de sobrellevar dignamente la incontinencia urinaria que le dejaron ocho partos consecutivos sin más intervalo que el impuesto por la naturaleza.
Una tarde, mientras el barco atracaba en una isla insólita, él se perdió hasta internarse en un bosque poblado por bellas amazonas ...

Noticia: Un matrimonio de ancianos, residentes en Roma, confesó haber visto 77 veces el Titanic de James Cameron. En Australia, una mujer dijo que había visto la película más de 100 veces.

1 comment:

Anonymous said...

Este es el que más me ha gustado. El discreto encanto de la burguesía... ya se sabe. Yo también sueño con un crucero camino de una vida sin pretensiones, trabajo y tonterías... aunque supongo que el único crucero que lleva a ese lugar es el que cruza la Laguna Estigia... y de momento no me hace demasiado. Precioso el cuadro de Turner, por cierto. Un abrazo.